EL LAGARTO FEDE
Una mañana leí en un diario de la prensa imaginaria la siguiente noticia: “Un lagarto se ha escapado de un poema de Federico y se ha ido de vacaciones a Gandía, porque, según ha declarado, el verano es para tomar el sol en la playa y no para pasárselo metido entre las páginas de un libro”.
Me picó la curiosidad y aprovechando que yo también estaba de vacaciones en Gandía decidí buscarlo y seguirle la pista.
No me costó mucho encontrarlo porque era el primero en pisar la playa y el último en dejarla. Allí estaba, con sus gafas de sol, su bañador hasta las rodillas, su nevera, su toalla y su inconfundible aire de lagarto.
Nos hicimos amigos enseguida y pasamos muchas horas juntos, jugando a las palas, comiendo helados, caminando por la arena y tomando el sol hasta que, a finales de agosto, le dije que me venía a Madrid antes de que lo hiciera todo el mundo, para no pillar caravana.
A Fede se le puso la cara triste. Entonces lo reconocí como uno de los auténticos lagartos de Federico, “lágrimas de cocodrilo, meditando”.
-Me voy contigo,- me dijo de repente-, estoy harto del campo y quiero meterme en la vorágine de la ciudad.
- Tú verás lo que haces-, le dije y me lo traje a Madrid.
Lo llevé de tiendas y se compró un patín, una gorra, una mochila y unos vaqueros anchos con muchos bolsillos para meter las "chuches", el móvil y las gafas de sol.
El otro día se presentó en el colegio El Quijote pidiendo matricularse porque, dice, en este cole hay mucho cuento y mucha poesía y que él se va a encontrar como en su casa.
Creo que Juana lo matriculó sin ponerle muchas pegas, pues Juana es así.
Por lo tanto es muy probable que mañana esté sentado entre nosotros el lagarto Fede con su gorra, con su mochila, con sus gafas de sol.
Lo reconoceréis porque viene un poco moreno y trae un aire de placidez en la cara como de quien se ha pasado la vida sin dar un palo al agua. Pero sobre todo lo reconoceréis porque cuando habla dice cosas como
“Las alamedas se van
pero dejan su reflejo.
Las alamedas se van
pero nos dejan el viento”
o
“Sobre el cielo verde,
un lucero verde,
¿qué ha de hacer, amor,
¡ay! sino perderse?
El lagarto Fede es un tío “guay”, muy legal. Creo que es un buen fichaje.
COLORES
Una metáfora es un regalo.
Por muy bonito que sea el envoltorio,
lo importante está siempre dentro.
Hola amigos y amigas de El Quijote.
Ya que estamos invitados a este acto de bienvenida os vamos a contar alguna de nuestras peculiaridades: cómo somos los colores, qué es lo que nos gusta y cosas así.
No vaya a ocurrirnos como a aquella caja de lápices de colores que cayó en manos de una niña. El primer día, uno por uno, los doce colores fueron saliendo entusiasmados a patinar por hojas blancas. Pero pasados unos días a la niña se le olvidó sacarlos a pasear por el papel y ahí siguen olvidados en su caja, casi sin estrenar.
Somos la luz… y nos gusta lucirnos. Así que, por favor, pintad con nosotros, pero no pintéis siempre lo mismo, ni de la misma forma. Nos aburriremos.
Como veis somos todos distintos, pero nos gusta jugar juntos y mezclarnos. Y, aunque podemos actuar solos, los mejores cuadros los obtenemos cuando trabajamos en equipo.
Estamos por todas partes, pero necesitamos que aprendáis a vernos, a captar nuestros matices y nuestras posibilidades.
Todo el mundo nos usa, trabaja con nosotros, pero sólo los pintores, con sensibilidad artística, nos aprecian de verdad. Son nuestros amigos. ¿Vosotros queréis serlo?
Entre nosotros nadie está de sobra, pues, puros o mezclados, todos tenemos un sitio. Y cualquiera de nosotros es capaz de grandes cosas.
Así que no nos dejéis a ninguno olvidado, como aquel niño al que no le gustaba el color verde oscuro. Una mañana el color sacó su cabecita verde oscura de la caja y le dijo:
- ¡Oye, niño! ¿Cómo te llamas?
- ¿Yo? Alarico Pérez, dijo sorprendido el niño.
- Pues mira niño: Alarico Pérez tiene 15.500 entradas en Google y dudo mucho que alguna se refiera a ti. Y sin embargo “verde oscuro” tiene más de un millón de entradas y todas se refieren a mí.
(Desde ese día Alarico Pérez se toma más en serio al color verde oscuro.)
Si os fijáis bien, cada uno destacamos en algo y nos gusta mostrar nuestra valía. En realidad somos como niños y, como vosotros y vosotras, necesitamos buenos pintores que nos ayuden a encontrar nuestro sitio y a sacar de nosotros lo mejor de nuestras posibilidades.
Nos parecemos tanto que seguramente nos llevaremos muy bien este curso.
¡Bienvenidos! ¡Este año vamos a alucinar en colores!
CUENTO PARA UN ECLIPSE
Esto era una niña llamada Luisa, de ojos grandes y pelo revuelto, que vivía en Vallecas y le gustaba un niño que se llamaba Alfonso.
A pesar de ser vecinos y de ir al mismo colegio “El Quijote”, no encontraba la oportunidad de darle un beso, aunque se moría de ganas.
En la calle su madre no le quitaba ojo de encima. Que si cuidado con los coches, que no te tires al suelo, que vamos a comer que se hace tarde...
Y en el colegio, ¿qué os voy a decir? Siempre rodeada de chicos, con lo vergonzosa que es ella.
Total, que Luisa andaba muy triste y ojerosa. Mas hete aquí que estaba la otra noche mirando las estrellas y pensando en Alfonso cuando va y le dice la luna:
-¡Pero niña!, ¿qué cara de pena es esa que tienes?
- Pues nada, que no puedo dar un beso a Alfonso porque siempre hay alguien mirando.
- ¿Y eso es todo? Pero, mi niña, eso tiene muy fácil arreglo. Mira, mañana a las once menos cinco en punto arréglatelas para estar al ladito de Alfonso. Yo, como quien no quiere la cosa, pasaré distraidamente y me pondré delante del sol. Y como en tu cole todos son muy suyos, se pondrán las gafas de macarras y mirarán hacia arriba para ver quién osa quitarles el sol. En ese momento tú coges y ¡zas! le das un beso.
Y eso es precisamente lo que acaba de suceder, pero como todos estabais mirando para arriba os lo habéis perdido.
Al menos ya sabéis por qué a la luna se le ha ocurrido plantarse hoy delante del sol unos minutos.
Y tú, Luisa, dile ¡gracias! a la luna.