A veces
pienso que educar es semejante en muchos aspectos a cocinar y los profesores
somos un poco cocineros.
Hay comidas
especiales y las necesarias comidas de todos los días.
No se puede
preparar todos los días sopa, macarrones o salmonetes porque acabarás
odiándolo. Odiando tener que cocinarlo y
odiando tener que comerlo.
No digo que
el profesor sea el único en preparar comida para otros. También los alumnos la
deben preparar y aprender a cocinar, a educar-se.
Me gusta
sobre todo la metáfora por aspectos como la paciencia, el necesario tiempo de
espera, la variedad de condimentos, la necesidad de probar periódicamente el
guiso, el diferente tratamiento que hay que dar a cada plato, la imprescindible
variedad dentro de la cotidianeidad.
Pensando en
los miles de profesores y profesoras que diariamente se reúnen en la cocina del
aula con sus alumnos se me han ocurrido los siguientes títulos para los
capítulos del libro que nunca escribiré, pero que cedo graciosamente para quien
quiera escribirlo:
Diferencia entre
cocineros y cocinillas.
Cocinar con amor.
Cocinero para los
restaurantes de postín.
El cocinero artista de
concursos y el cocinero de todos los días.
La comida precocinada.
Los platos fríos y recalentados. Fast Food.
La creación del gusto y
del mal gusto.
Anorexia, sobrepeso y los culpables de los
malos hábitos alimenticios.
Preparar la comida para
mi hija… y comer con ella.
Cuando los comensales
no son anónimos sino que tienen nombres apellidos.
La cocina en familia y
la cocina como negocio.
El derecho a comer y
aprender a cocinar.
Cuando el profesor
degusta la comida preparada por sus alumnos.
Es un
sencillo ejercicio de extrapolación que a mí me ha servido para profundizar en
mi tarea educativa, mejorar un poco en ella y ver con más claridad aquello con
lo que no se puede tragar.
Me encanta la metáfora y pensaré mucho más en el cocinero antes de empezar a cocinar en agosto. Gracias por compartirlo, Miguel.
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